Y como si la nota anterior no hubiese sido bastante negativa, acá estoy otra vez para hablar mal de una película, para recomendarles de qué título deben huir, o por lo menos a mi parecer, ya que este “Fiasco de turno” es especial, porque se trata de una película que por lo general ha tenido buena aceptación, pero a mi simplemente no me gustó.
Hacía ya tiempo que venia escuchando hablar bien, y hasta me la recomendaban personalmente, de una película de 1997 llamada Funny Games, una especie de hito del cine de terror proveniente de Austria, y que, según muchos, junto con Scream, Vigila quien llama habían logrado darle un nuevo aire al alicaído género. Pero esa película nunca se había estrenado en mi país, y me resultaba realmente difícil conseguirla.
En el año 2008, su director, el gran Michael Haneke (La cinta blanca, La profesota de piano) realizó una remake para EE.UU. con idéntico título, pero que tampoco se estrenó por estos lares.
Por lo tanto, cuando finalmente logré enganchar esta segunda versión en la TV por cable, mi expectativa era bastante grande... pero los resultados no acompañaron.
Cabe aclarar que ya conocía la intención que el provocativo Haneke había tenido al contarnos esta historia, mostrarnos violencia extrema y situaciones límites para demostrar el gusto por lo sádico (como reza su título en castellano Juegos Sádicos) de la platea, sobre todo estadounidense, o sea generar cierta repulsión adrede, es más hasta los personajes varias veces le hablan al espectador preguntándole si quieren ver más, o consultándonos sobre sus próximas actuaciones carniceras.
La historia nos cuenta de un matrimonio tipo con un hijo que decide ir a pasar un fin de semana a una casa alejada en un country isleño. Todo marcha bien hasta que en la casa se presentan dos adolescentes vecinos que, primero buscan cualquier excusa para no retirarse del hogar, y luego pasan a someter a la familia a todo tipo de vejaciones sin explicación alguna, casi casi por entretenimiento.
La premisa prometía, era algo básico, muy al estilo hollywoodense, pero para mostrarnos lo violenta que es esa sociedad y lo brutal que es su forma de divertimento. Ahora el problema, para mi, pasa especialmente con este segundo punto.
Yo no sé si es que la película la vi fuera de tiempo (aclaro que luego vi la versión austriaca como para quedarme seguro de que no era problema de una adaptación yanqui) o que mis expectativas me engañaron, o realmente soy una persona muy violenta; pero realmente no encontré nada que no se viera en una película media, y muy por debajo de títulos como El juego del miedo, Hostel, o las francesas Alta Tensión o La frontera del miedo.
Ahora eso estaría bien, hasta podría agradecer el hecho de no ser una hora y pico de torturas sin fin y sin sentido; pero la cuestión es que la historia ni siquiera me produjo cierta sugestión, nerviosismo... y la verdad es que apenas si la seguí con interés.
Durante la primera media hora la película se sostiene muy bien, hay un clima de opresión perfectamente logrado, y todos sabemos que algo va a pasar... y que va a ser muy feo. La escena que con los jóvenes pidiendo huevos (ojo, literalmente una docena de huevos para la madre de uno de ellos) a Annie y cada vez se va poniendo más extraña, debe ser de las escenas más fuertes de la historia del suspenso, hasta llegar al límite de la tensión cuando finalmente develan sus intenciones. Pero a partir de ahí, la cosa se va diluyendo, se pierde esa tensión y va cayendo en baches narrativos que llegan a exasperar... del aburrimiento.
Sí, hay escenas con contenido fuerte, y hasta podríamos decir que se riompe uno de los “códigos morales” del cine de terror, pero más allá de eso, se cae en cierta reiteración, la cosa no avanza, y pareciera que se4 quedaron sin nada que decir desde el minuto’40; todo hasta llegar a un final supuestamente shockeante, pero ciertamente previsible.
Otro punto que juega en contra, es cierta inverosimilitud en las situaciones... y no me refiero solamente a los interminables monólogos que los asesinos hacen a sus victimas o a los espectadores. Los personajes de la familia pecan de demasiada inocencia, uno siente que más de una vez podrían escapar de ese calvario, y sin embargo, cometen error tras error.
Fuera de la historia, los rubros actorales en ambas películas están muy bien (pese a que Michael Pitt como asesino ya se transformó en un lugar común), realmente transfieren ese sadismo o temor que deben sentir sus personajes; al igual que los sobresalientes rubros técnicos manejados con luminosidad/superficialidad o crudeza según la ocasión, llegando al climax de la opresión. Aquí el problema no es el cómo sino el qué se cuenta.
En un momento, uno de los asesinos, durante uno de sus monólogos sobre la violencia, le dice a sus víctimas que no hay que olvidarse del factor entretenimiento; eso mismo debería saberlo Haneke (el cual cuenta con títulos mucho más fuertes), quien pareció tener una buena idea, pero no supo como resolverla durante más de una hora.
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