Para la ópera Prima de hoy pensé hacer un cambio. Si esta
sección se dedica a hablar de los primeros pasos de directores, ¿por qué no
puedo recordar también algunos de mis primeros pasos haciendo la reseña de una
película?.
La semana pasada, debido a un muy buen post de mi amiga
Patricia Relats sobre El Paciente Inglés (The English Patient, 1996) en su blog
Rincón Fílmico (Click Aquí) estuvimos largo rato escribiéndonos sobre su
director Anthony Minghella, sobre lo poco que aprecio su obra, y recaímos en su
ópera prima La Magia del amor (Truly, Madly, Deeply, 1990) que los dos habíamos
visto en sus constantes repeticiones por TV Cable. Aclaro que este es el debut
de Minghella en cuanto se refiere a un largometraje de duración tradicional,
anteriormente, en 1978, dirigió un film
de 55 minutos A Little Like Drowning (con los mismos actores protagónicos de La
Magia...) del que no se tiene ningún registro salvo una recreación radial del
cual les dejó su link aquí.
Después de hablar, haber cambiado de tema, y seguir,
estuve recordando que el efecto (adelanto que fue negativo) que me dejó Truly,
Madly, Deeply, fue el de sentarme a escribir y descargar la experiencia en
texto. Escribí esta reseña en 1997 para mi, a los 14 años, la guardé, y como
otras posteriores nunca volví a releerla. Ahora la busqué y la encontré y se me ocurrió re-transmitirla. Lo único que
les pido, sean complacientes, tiene 15 años de antigüedad:
Es conocido el estilo “contemplativo” de los filmes
ingleses, la pasividad de su director–escritor Anthony Minghella (El
paciente ingles); pero ¿Qué pasa cuando la historia tampoco ayuda, cuándo
la anécdota es tan pequeña que parece que nos contaron todo a los quince
minutos de película? Eso sucede con La magia del amor.
El principio parece cuanto menos prometedor (alrededor de
cinco minutos). Nina (Juliet Stevenson) le cuenta a su psicóloga lo dependiente
que es de su marido Jamie (Alan Rickman), pero luego nos damos cuenta de que él
está muerto. De ahí a los títulos... y al soponcio. Primero, se muestra lo bien
que Nina la pasaba con su esposo, luego lo mal que lo pasa cuando este no está,
y por último... cuando uno ya está por cambiar de canal, aparece Jamie, del más
allá, para que la mujer deje de sufrir,
y para que el espectador se interese por lo menos unos instantes. Por último,
vemos como ella se va alejando de su difunto–fantasma–marido para empezar una
nueva vida con un hombre, Mark (Michael Maloney), que trabaja con gente con problemas mentales.
La película supone la historia de una mujer muy aferrada al
marido aun después de su muerte, y como luego, con la visita de este se da
cuenta de que tiene que dejarlo ir y empezar una vida nueva. Pero el problema
es que carece de atractivos, la historia es muy lenta y pequeña, y no hay
personajes secundarios que logren desviar la atención. Eso no quiere decir que
sea un puro diálogo entre Nina y su marido, hay personajes secundarios, pero ninguno
demasiado atrayente.
Como si fuera poco hay un aire de melancolía, muy de Minghella, que absorbe todo interés
dramático y lo transforma en aburrimiento.
Hay Alguna escena divertida, como la de Nina y Mark saltando
en una pata y contando resumidamente su vida, pero no es que sea graciosa, sino
que no es abrumadora como el resto del film.
Ahora, se ve que hay intención de incluir algún personaje
mínimamente simpático para alivianar la situación, como los amigos fantasmas de
Jamie, pero no logran serlo por la escasa línea argumental que les toca.
Lo raro de esta película es que viniendo de un país tan
propicio al humor ácido/elegante (The Full Monty, Mr. Bean, entre muchos
otros) y de buenos dramas (Billy Elliot, La visitante de invierno) no se
entiende como no pudieron lograr ningún interés a lo largo de la trama.
Este es un film de Anthony Minghella anterior a El
paciente ingles o El talentoso Sr. Ripley, la diferencia con estos
es que detrás tenía historias más interesantes (el primero reconozco que no es
de mi agrado pero por lo menos es llevadero), muy ricas; lo que no sucede con
esta que, como las demás, le debe su guión al propio Minghella.
Por último ninguna de las actuaciones son tan buenas como
para salvar la ocasión (al dúo protagónico se le nota el oficio pero la
película no les permite destacarse), tampoco es un film interesante visualmente
ni metafóricamente, y la banda de sonido si bien es agradable parece que esos
solos de violonchelo agregaran más pesadumbres al relato de la que ya tiene.
Como conclusión queda un film al borde de ser abandonado por el
espectador, y si resiste será algo para olvidar rápidamente.
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